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REFLEXION

Encontrandose en Patmos, el día del Señor del año 96, Juan cayó en éxtasis y tuvo una Revelación.

Tras ella, Juan escribió el Apocalipsis o revelación, conjunto de profecias sobre las cosas futuras, con una proyección escatológica, pero impregnado de la doctrina del Antiguo Testamento, sobre todo de los pasajes que hablan de catástrofes finales y de la era Mesiánica.

 

No es imposible que Dios concediera a Juan alguna visión sobre el final de los tiempos, pero no parece este el modo ordinario del proceder de Dios.

Bajo inspiración divina, Juan utilizaría una técnica que nosotros mismos utilizamos algunas veces: la técnica del atleta que va a dar un salto de longitud. Primero retrocede, para poder impulsarse después hacia delante y saltar.

Nosotros muchas veces nos volvemos hacia nuestro pasado para descubrir en él algunos puntos luminosos, algunos momentos que nos permiten vislumbrar cono cierta claridad lo que corresponde a nuestro ser mas profundo, y es entonces cuando, por fidelidad para con nosotros mismos, apostamos en el mismo sentido sobre el porvenir.

Juan ignora el final de los tiempos, pero está seguro de una cosa: Dios es fiel y para saber lo que ocurrirá al final de los tiempos recorre velozmente la historia pasada de su pueblo procurando descubrir en ella las grandes leyes del obrar divino para proyectar al futuo esas grandes leyes divinas.

En la Revelación que Juan tuvo en Patmos, Jesucristo encomienda a Juan la misión de escribir su mensaje a las siete Iglesias de Asia Menor a través de siete cartas. En ellas hace examen de conciencia de las Iglesias, poniendo de manifiesto sus virtudes y sus faltas e invitándolas a la conversión.

Efeso ha perdido la caridad del principio, Esmirna, aunque muy rica, es pobre de espiritu, Pérgamo y Tiátira son profanas y lujuriosas, Sardes hipócrita, débil Filadelfia y soberbia Laodicea.

Pero todas ellas tienen virtudes que Juan les invita a practicar.

Como Padre, Dios nos ama y nos ha hecho a su imagen y semejanza. A todos nos ha dotado de las cualidades necesarias para que vivamos dígnamente como verdaderos hijos suyos, pero muchas veces nos apartamos de su camino, no sabemos encontrar lo bueno que hay dentro de cada uno de nosotros.

El proceder de Dios siempre es el mismo: Somos sus hijos y nos ama, nos invita a la conversión y siempre nos perdona.

Utilizando la técnica de Juan, tampoco tenemos que ser adivinos para presentir cual será nuestro futuro.

Basta recordar la decadencia de Grecia, de Roma o de los grandes Imperios de la Edad Moderna y analizar como era la sociedad en cada una de esas épocas para profetizar que nos depara el destino.

A una sociedad que niega a Dios, idolatra el dinero, cuyo nucleo no es la familia, donde el perdón no tiene cabida como tampoco la tienen virtudes como la honradez, la perseverancia, la sinceridad, la justicia, la paciencia, la comprensión, etc. etc. y las cualidades como la empatía, el respeto y otras muchas, no es difícil predecirle que va encaminado a su destrucción.

Pero también es cierto que son muchos y sobre todo muchos jóvenes que fomentan todas esas cualidades y virtudes que Dios nos regala como hijos suyos.

Como dice S. Juan en cada una de las siete cartas:

El que tenga oidos para oir, que oiga.

He aquí nuestra pequeña contribución, desde las páginas de nuestra revista nos hacemos eco del mensaje que Jesucristo le encomendó a Juan. Profundicemos en nosotros mismos, descubramos todo lo bueno que en nosotros hay y luchemos con humildad, pero sin cobardía para ser merecedores de ese mundo mejor que Dios nos ofrece.

-Mª Pilar Lloret Manchón-