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QUE NUESTRO ESFUERZO SEA AYUDA

 

 Hay personas que son muy especiales para nosotros porque confiamos en ellas. En los momentos difíciles nos dan todo su apoyo y nos ayudan a superarlos. 

Confianza es la esperanza o la seguridad que tenemos en alguien o en alguna cosa. 

Una de las imágenes más representativas de la confianza sería la del enxaneta. Cuando el niño sube a coronar la torre humana o castell que forman los castellers. Tanto él como sus padres confían en que las personas enfiladas unas sobre otras para conseguir una formación de diversos pisos de altura, le ayudarán y protegerán para que pueda coronar la torre con éxito. 

Los cristianos formamos la gran familia de la Iglesia. La historia de esta familia es una historia de amor entre Dios y los seres humanos que nos dejamos guiar y ayudar por Él. 

No hace mucho leí en las redes sociales las palabras de un amigo que expresaban su alegría por estar viviendo unos acontecimientos muy bonitos dentro de su familia. Eran 

unas palabras muy bonitas en las que daba gracias a Dios por su felicidad. 

Me alegré, pero recordé cuando en otro momento de dificultad, ese mismo amigo negaba la Providencia de Dios al permitir su desgracia. 

Esto no solo le pasó a mi amigo. Es algo que nos sucede muchas veces. Nos comportamos como buenos cristianos y, como el leproso que volvió a agradecer a Jesús su curación, nosotros agradecemos a Dios los momentos de felicidad, pero en los momentos adversos, la cosa es más difícil. Nos cuesta aceptar las dificultades y dudamos de Él. 

Quisiera compartir en este artículo la adaptación del “Libro de los mensajes” de Luis Fernando Betancourt, que nos va a permitir reflexionar y descubrir en nuestro entorno la mano de Dios que siempre nos acompaña: 

Una noche tuve un sueño. Estaba caminando con Jesús por la playa, mirando hacia el horizonte. Por el cielo pasaban una a una todas las escenas de mi vida. 

Cada vez que pasaba una escena, en la arena se marcaban dos pares de pisadas, las de Jesús y las mías. 

Fuimos viendo todas las escenas, poco a poco, una a una. Cuando pasó la última, miré hacia atrás, hacia las pisadas de la arena. Noté que, a veces, no había dos pares de pisadas sino solamente un par; me di cuenta de que eso pasaba en los momentos más difíciles de mi vida. 

-Solamente veo un par de pisadas y no dos. ¿Por qué me dejaste en los momentos que más te necesitaba? 

Entonces Jesús, poniendo en mí su mirada infinita, lleno de amor y confianza, me contestó: 

-Cuando en la arena has visto solo un par de pisadas, fue entonces, justamente, cuando yo te traía en brazos. 

Como cuenta esta reflexión, en los malos momentos nos sentimos solos, pero Dios no nos abandona. Si miramos a nuestro alrededor, familia, amigos, compañeros, maestros, médicos, asociaciones, sacerdotes…; estamos rodeados de buena gente que la Providencia de Dios ha puesto en nuestro camino para ayudarnos. 

Cuando nuestra cofradía propuso el proyecto de “Ayuda Hermano Cofrade”, no éramos más que uno de los instrumentos que Dios utiliza para ayudar a las personas en los momentos de dificultad. 

Desde que ese proyecto se puso en marcha, miembros del Consejo Rector y cofrades, aportando su tiempo y su ayuda, colaboran con las parroquias para socorrer a las familias más necesitadas. 

Ver a nuestros costaleros portando las imágenes sobre sus hombros, también me hace pensar en esa ayuda que Dios nos ofrece. Tendría poco sentido pensar que su esfuerzo sirve simplemente para portar una imagen. 

Cuando los costaleros cargan el trono en su hombro, están levantando con su esfuerzo el peso de la responsabilidad de su familia, de las dificultades de sus trabajos, los problemas familiares, con amigos, con compañeros… Y cuando cargan el trono, lo hacen con su fuerza, pero también con su cariño, comprensión, elegancia y responsabilidad, de la misma forma que ayudan y protegen a todos aquellos a los que quieren. 

Vemos en ellos la imagen de Jesús al cargar su Cruz, fuerte para soportar el peso de nuestros desprecios, insultos, miedos…, pero con la mirada comprensiva, misericordiosa, llena de amor. 

El Evangelio también nos ofrece una imagen de San Juan fuerte; era pescador, le llamaban “Hijo del trueno”. Pero a la vez nos lo presenta como imberbe, no solo para hacer alusión a su juventud sino a su humildad, amabilidad. Su capacidad de amar era tal que fue el elegido por Jesús para cuidar y proteger a su Madre, llevándosela con Él a Éfeso y acompañándola hasta el momento de su Dormición. 

Si no fallamos en nuestro esfuerzo, serán muchas las personas que se sentirán aliviadas. 

Mientras escribo este artículo, me llega la triste noticia del fallecimiento de uno de nuestros cofrades, Don Ginés Riquelme Santacruz. Fue elegido, junto con Don Antonio Asensio Alfonso, también fallecido el pasado año, para encender “la Cruz de la Cuaresma” en representación de nuestra cofradía, en el año 2014. 

Ginés no fue solo un cofrade; siempre dispuesto a contribuir y a ayudar de forma incondicional, fue un cofrade ejemplar. Sobre él, por su gran humanidad, por su participación en muchas asociaciones y actividades, por ser un gran crevillentino, se dirán y escribirán muchas cosas a las cuales nos uniremos, pero, además, queremos añadir que nos sentimos orgullosos de que haya pertenecido a nuestra cofradía y de que fielmente nos acompañara año tras año. A él y a su familia, públicamente, queremos expresarles nuestro cariño y nuestro agradecimiento. 

Desde nuestro apartado en esta revista, queremos agradecer a todas las cofradías su aportación y colaboración en el proyecto del “Hermano Cofrade”, y a los miembros de nuestra cofradía que no solo nos apoyan con su presencia en la recogida de alimentos, sino también con las aportaciones que realizan desinteresadamente a lo largo del año. 

Para terminar este artículo, nuestro agradecimiento también a nuestros costaleros. El pasado año distinguimos a Don José Mª Adsuar Sánchez en el transcurso de una cena celebrada en el restaurante Las Palmeras. Con esta distinción, de sobra merecida, nuestra cofradía quiere expresar el cariño, respeto y agradecimiento que merecen nuestros costaleros; sobre ellos, descansa el peso y el esfuerzo de las cosas bien hechas.