En las primeras semanas del confinamiento, cuando ya en el pueblo contábamos con un difunto a consecuencia del virus y nuestras vidas se habían quedado paralizadas, sin futuro, un funcionario de nuestro Ayuntamiento, responsable de un área cultural, hizo unas declaraciones que me hicieron pensar mucho, pues aunque no es una persona profundamente religiosa, sí sabía de su formación católica.

Ante la situación que estábamos viviendo y preguntado por un periodista, esta persona negó la existencia de Dios.

Me di cuenta que muchas personas se verían igualmente perdidas ante tan grave situación y sin mucho esfuerzo en buscarla, me llegó la respuesta a todas las dudas. Digo sin mucho esfuerzo porque como siempre, es Dios quién sale a nuestro encuentro, solo necesitamos estar abiertos a Él.

Pues, como decía, en pocas horas tuve la respuesta. Precisamente el Evangelio de ese domingo era el de la Samaritana. Como digo, no tuve que buscarlo, sino que fue por televisión, en la misa dominical pues como todos sabemos, el confinamiento era total y en las iglesias no se celebraba misa.

En las procesiones de Crevillent, las primeras imágenes que se procesionan son las que representan el Evangelio de la Samaritana que narra San Juan en su capítulo 4.

Es como si todo hubiera estado preparado para esta respuesta y por eso este pasaje evangélico se incorpora a la representación de la Pasión.

San Juan cuenta como Jesús, al hablar con la Samaritana, no habla de una sed física sino espiritual, no habla de una solución temporal sino que Él es la solución eterna.

Así como con aquella mujer, Jesús muestra que el hombre nace sediento de una verdadera relación con Dios. Una sed del alma que lo lleva a sentirse vacío, esto le lleva a saciar su sed en lo que esté a su alcance, en las cosas de este mundo. Pero Jesús le muestra que Él es el agua de vida lo que tras el encuentro con la Samaritana, la Pasión de Jesús nos demuestra como Jesús acepta la naturaleza humana, sufre como un hombre. Más que nunca, los días de marzo y abril de 2020, Jesús sufrió, no lo pudimos ver en la Cruz, ni juzgado, ni con Pilatos, pero sí estuvo en los hospitales, dando fuerza a tantos enfermos, sufriendo con ellos, ,con sus familiares, con aquellos que perdieron su trabajo a consecuencia de la pandemia.

Jesús nos iba dando a beber del manantial del agua de vida que sacia por completo la sed de nuestra alma.

Al hablar con la Samaritana y decirle todo aquello que solo ella sabçia, demuestra que si como hombre sufre con nosotros, como Dios, sabe de nuestras debilidades, nuestras necesidades, según el Evangelio de Juan, Jesús le dice a la Samaritana “soy yo quién ha venido a mostrar al Padre”

Y San Juan, en su capítulo 6, sigue contando las palabras de Jesús

“Yo soy el pan de vida, el que a mí viene, nunca tendrá hambre y el que en mí cree, no tendrá sed jamás”

Siguieron pasando los días duros de abril y la Semana Santa se seguía celebrando en las casas, Jesús estaba más presente que nunca y llegó Domingo de Resurrección y lo celebramos; Como en cada Semana Santa, San Juan, no solo a María sino a todos nosotros, nos señala que Jesús resucitó y así también nosotros resucitaremos.

Jesús es nuestra esperanza, quien nos da vida eterna y sale siempre a nuestro encuentro.

Mª Pilar LLoret Manchón

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